Cuando ni siquiera hay derecho al despido


En la España de los casi cinco millones de parados hasta ser despedido es un lujo. Son muchos los trabajadores, ahora sin empleo, que ni tan siquiera figuran en la fatal estadística. Un buen día fueron a trabajar y se encontraron con las puertas cerradas a cal y canto, sin una carta de despido, sin un aviso, sin tan siquiera la más mínima explicación por parte de sus patronos.

Éste es su testimonio, la historia de los ‘sin empleo’, de los ‘sin papeles’, de todos los que ni tienen el derecho a registrarse en el Inem.

Eran las cinco de la mañana del día 1 de septiembre. Fernando Marcos llegó a la hora de siempre a trabajar a la panadería, situada en el número 41 de la calle Antonio Machado, en el madrileño barrio de la Dehesa de la Villa. Este leonés volvía plácidamente de sus vacaciones. Lo que no se imaginaba es que el descanso estival se iba a convertir en perpetuo.

Pasaban los minutos y nadie vino para abrirle la puerta del comercio. Se empezó a inquietar. Él y su compañero de faena comenzaron a llamar a su jefa, pero ésta no les cogía el teléfono. Ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera, así hasta seis días después cuando recibieron un SMS en el que les comunicaba que estaba estudiando la viabilidad de la empresa.
Angustia y depresión

¿La viabilidad de la empresa? Es cierto que llevaban cinco meses sin cobrar, pero la panadería tenía clientes y había negocio. Finalmente, les reunió y les comunicó que la empresa entraba en concurso de acreedores y que no les iba a pagar. Así, sin más, Fernando se vio de patitas en la calle, sin cobrar sus últimas nóminas, sin indemnización y sin poder acceder al paro: «Estamos en una situación de secuestro. La empresa no te da el despido ni la documentación para pedir el desempleo y te deja en una desprotección total. Vamos a ir a juicio, pero tenemos que esperar a que la empresa aparezca en el BOE», explica indignado.

Casos como el suyo proliferan en un país en el que las empresas en concurso de acreedores han aumentado un 21,6% en el tercer trimestre de este año, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

‘En mi vida me había tomado una pastilla, pero ahora las necesito’, dice Mari Cruz

Fernando no puede terminar sus palabras. En mitad del discurso, se le saltan las lágrimas y sólo acierta a decir: «Es cruel, simplemente cruel». Y prosigue con la voz entrecortada: «Después de perder a mi padre, esto es lo peor que me ha pasado en la vida. Tengo una familia, dos hijos, una hipoteca. Tienes que quitar a tus hijos del comedor porque no puedes pagarlo, le tienes que decir a tu hijo que no puede ir a fútbol…. Y no ves la luz al final del túnel».

A este leonés de 44 años, le aguardan días de incertidumbre. Meses de frustración y de ansiedad, con la angustia pegada a los talones. Hasta que llegue el juicio. Tanto él como su ex compañera de faena, Mari Cruz López, llevan el sello del desengaño marcado en sus caras desencajadas y la depresión atenaza sus vidas. Los antidepresivos se han convertido en el pan nuestro de su existencia. «En mi vida me había tomado una pastilla, pero ahora las necesito. Me despertaba por las noches con ganas de llorar porque sientes rabia, frustración e impotencia», relata Mari Cruz.

A la decepción laboral, se une la personal. Confiaban en su jefa, se dejaron la piel en la empresa y nunca pensaron que esto les pudiese pasar. «Yo era multiusos. Hacía el pan, arreglaba las máquinas, me ocupaba del reparto, lidiaba con los clientes», asegura Fernando, al que la empresaria ya intentó echar durante el mes de mayo porque no quiso dejar su propio coche a la jefa para repartir. Finalmente, Fernando ganó el juicio.

Ahora, tan sólo reclama que se termine la impunidad de determinados empresarios sin escrúpulos: «Tan sólo pido al Gobierno y a los empresarios un poco de seriedad. Que no den tantas facilidades para llevar a la ruina a los trabajadores. No se puede consentir que los empresarios puedan cortar a degüello y sin miramientos las relaciones laborales. El negocio de la panadería funcionaba y a mí lo que no me cabe en la cabeza es que la persona que ha hecho esto se vaya de rositas».
De ‘favorita’ a estar en la calle
Miriam de la Rosa, delante del polígono de Toledo en el que trabajaba.

Miriam de la Rosa, delante del polígono de Toledo en el que trabajaba.

Miriam de la Rosa era la mano derecha de su jefe. Llevaba 12 años trabajando de administrativa en la empresa Excavaciones Hermanos Laguno S. L, situada en Yuncos (Toledo). Era una pequeña compañía, que con el boom inmobiliario llegó a tener a 40 trabajadores a su cargo, más las empresas subcontratadas. Con la llegada de la crisis, a partir de 2008, el negocio cayó en picado y comenzó a ir mal.

En su caso, la empresa no entró en concurso de acreedores, sino que los jefes fueron vendiendo poco a poco toda la maquinaria y traspasaron todos los bienes de la sociedad a otra que estaba limpia.

Hubo un momento en el que sólo quedaban dos trabajadores en la empresa y Miriam se temía lo peor: «Llevaba seis meses sin cobrar y pensaba que me iban a despedir. Pero no lo hicieron. Vendieron toda la empresa para fastidiarme, para no pagarme nada. Los tres socios se repartieron todo el dinero de la venta, y, a día de hoy, siguen cobrando los pagarés de los clientes que están venciendo ahora. Como la empresa tenía muchas deudas, vendieron acto seguido la empresa a un ‘hombre de paja’, a cambio de una compensación económica».

‘Cuando pasaba por delante de las naves, me ponía a llorar’, se lamenta Miriam

Esta mujer toledana, casada y con dos hijos, tampoco pensó nunca que esta situación le fuese a pasar a ella: su jefe era su amigo y tenía confianza plena en él. «Me llevaba genial con él. Teníamos una relación muy buena. Para mí era como si fuese mi empresa», se lamenta.

Ahora, Miriam también está a la espera de que un juez dicte una sentencia para conseguir la extinción de su contrato y poder cobrar el desempleo. «Me puedo tirar un año y medio en tierra de nadie». Su indemnización correrá a cargo del Fogasa porque los tres socios de la empresa se han declarado insolventes: «Claro que no son insolventes, pero no tienen ningún patrimonio a su nombre».

A Miriam le gustaba su empleo. Estaba disponible las 24 horas del día y, según su testimonio, durante sus bajas de maternidad, siguió trabajando. Todavía no ha superado el golpe: «Al principio, cuando iba a traer al niño al cole y pasaba por delante de las naves, me ponía a llorar», recuerda con nostalgia.

A medida que avanza el tiempo, su estado anímico va empeorando. Como en los casos anteriores, ha tenido que recurrir a las pastillas: «Tengo ansiedad y palpitaciones. Me pasaba todo el día llorando».

Con dos niños de 2 y 6 años, Miriam sobrevive gracias al sueldo de su marido y, poco a poco, se va comiendo los ahorros de toda una vida, que con tanto esfuerzo reunió en la época de las vacas gordas. Esta administrativa no quiere tirarse otros dos años en un limbo legal, parada por partida doble: «No puedo trabajar legalmente hasta que no me despidan. Yo le diría al Gobierno que agilice los trámites porque no somos objetos sino personas».

http://www.elmundo.es/elmundo/2012/12/04/economia/1354606302.html

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